miércoles, 11 de mayo de 2011

El llanto del Atardecer. Capítulo 4: Apocalipsis


Capítulo 4: APOCALIPSIS

Las campanas de la iglesia sonaban por la mañana al día siguiente. Bianca estaba en la puerta del edificio fumándose un cigarrillo. Miró el reloj durante unos segundos. Minutos después de que Bianca bajara el brazo después de observar el reloj eterno, una furgoneta sucia y vieja se acercó a ella. El conductor era Max. Paró el motor y se bajó del vehículo con bastante prisa, como si se quisiera quitar de en medio algo lo antes posible. Miró a Bianca con una mirada dulce y abrió las puertas traseras de la furgoneta. Dos cuerpos envueltos en bolsas de tela fina se encontraban en el interior. Los sacó con cuidado y miró a un lado y a otro, asegurándose de que no había nadie por allí. Las campanas de la iglesia seguían sonando cuando Bianca apagó el cigarrillo con el pie y ayudó a su compañero a sostener los cuerpos. Acto seguido y con cuidado, tocaron en la puerta de la iglesia. Carl y Stephanie les abrió. Los cuatro pasaron al interior, ayudándose para que los cuerpos no cayeran al suelo. Los soltaron en los bancos y se sacudieron las manos. Después, Carl se dirigió al confesionario y lo abrió. El sacerdote de la iglesia se encontraba allí, inconsciente y atado de manos.
- ¡Despierta, malnacido!- bramó Stephanie produciendo eco en todo el edificio.
Max soltó una carcajada y Bianca le tapó la boca.
- Hagamos lo que tenemos que hacer pronto.- dijo Bianca seduciendo con la mirada al sacerdote.
Stephanie con ayuda de Max y Carl sacaron los cuerpos de las bolsas de tela. Eran Alan y Rose.

Cuando los chicos se despertaron de su, al parecer casi eterno sueño, se encontraban a bastante altura. Miraron abajo y vieron a Bianca y a los demás cruzados de brazos. También se encontraba el sacerdote atado de manos y ya despierto. Miraron a su izquierda y a su derecha y vieron que sus manos estaban atadas a madera. Miraron arriba y vieron un saliente del mismo material asomando por su cabeza. No había duda. Estaban crucificados.
- ¡BIANCA! ¿QUÉ HAS HECHO?- gritó Alan con dolor en la voz.
- Bienvenido a vuestro apocalipsis. Alan Jones. Rose Doyle.- dijo Bianca con una sonrisa radiante.
Rose intentó soltarse de las cuerdas pero no pudo hacer nada.
- Si os soltáis, caeréis sin más.- rió Max.
Bianca dio un paso adelante, remangándose las mangas de su camisa.
- ¿Recordáis esta iglesia? ¡La iglesia donde os casasteis! Pensé que vuestra fe no os lo perdonaría si no moríais en la fe católica. Así que, esta iglesia se irá al infierno acompañada de vuestras almas. VUESTRAS MALDITAS ALMAS.
- ¡Bájanos de aquí, Bianca!- gritó Rose.
La parte más baja de las cruces tenían dinamita conectada a una mecha. La iglesia entera estaba plagada de bombas, que programadas para explotar en diez minutos.
- ¿Habéis visto nuestra obra de arte? ¡PÓLVORA Y DINAMITA! ¡Qué cosa tan bonita!- gritó Bianca.
- Por favor Bianca, soy tu hermano, ¡bájanos de aquí y entrégate a la policía!
Bianca encendió la mecha.
- En diez minutos, todo habrá acabado. ¡Pudriros en el infierno!
Rose soltó un grito y empezó a sollozar. Alan no pudo controlar los nervios y se desmayó.
- LARGA VIDA…AL AMOR- rio Bianca mientras veía el triste final de los dos chicos.
Dicho esto, los miembros de la Black Faith salieron a paso lento por la puerta de la iglesia riéndose y burlándose de los tres desgraciados. La mecha llegaba a su fin y el sacerdote gritaba y rezaba en voz alta. Rose intentaba escaparse de las cuerdas pero no podía. Alan estaba desmayado y no daba señales de recuperar el conocimiento. De pronto, la madera de la cruz empezó a arder lentamente. Varios trozos cayeron al suelo. Rose empujó su cuerpo hacia adelante, haciendo que la cruz se destrozara. La chica cayó al suelo de la iglesia, amortiguada por la mesa. Se levantó con algunas heridas en las piernas y en la cara y apagó la mecha rápidamente con la bolsa de tela en la que había sido transportada hasta la iglesia. Una vez la mecha apagada, miro a su alrededor y observó las bombas. No había tiempo. El sacerdote seguía rezando en voz alto mientras el fuego de la cruz se hacía más intenso.
- Padre, ayúdeme. Si la cruz de Alan se parte, éste caerá. Está desmayado y no podrá reaccionar ante el golpe. Necesitamos algo para amortiguar.
- En mi despacho hay varios mantones. Los utilizamos para ponérselos a la Virgen en tiempos de Pascua. ¡Dios nos ayude!
Rose y el sacerdote corrieron a coger los mantones que estaban depositados en varias urnas de una estantería de éste. Se precipitaron a subir al altar y sostener el manto para que Alan cayera ileso. La cruz del chico se partió en dos. El fuego acarició la piel de Alan, que cayó al manto con restos de cuerda aún en las manos. Segundos después, se despertó.
- ¿Cómo diablos ardió la cruz?- preguntó Rose con lágrimas en los ojos.
- ¡Ha sido la fuerza de Dios! ¡Un milagro!- gritaba el sacerdote besando el suelo y mirando al crucifijo que había en el altar.
- Hoy creo en los milagros…hoy sé que existen.- decía Rose abrazando a su marido.
Los dos chicos y el sacerdote salieron de la iglesia rápidamente, viendo como las bombas llegaban al final de su vida. Una vez fuera, el edificio explotó en una nube de un intenso ruido brutal.
- ¡La Casa de Dios!- gritó el sacerdote tapándose la cara con las dos manos.
Alan y Rose contemplaron la horrorosa escena mientras que la policía y los bomberos acudían en su ayuda. Humo negro como el ébano salía por todas partes de la iglesia, irreconocible. Pocos segundos después, se derrumbó. El coche de Bianca, que permanecía a varios metros del edificio, arrancó de furor.
-  ¡Maldita sea! ¿CÓMO SE SALVARON?
- Quizás…obra del Espíritu Santo.- se burló Stephanie.
- ¡Ya decía yo que todo no iba a ser tan fácil! Ahora, estamos en busca y captura de nuevo. Y tenemos doble razón de cárcel.- se lamentó Max cerrando los ojos.
- Esos dos no se saldrán con la suya, ¡juro por Steve que no se saldrán con la suya!- bramó Bianca. Y diciendo esto, se marchó con el resto de la Black Faith

*

Andrés acababa de llegar al circuito de ‘Blue Possy’. Su coche, un Citroën C5 SX, ansiaba por empezar la carrera minutos antes del comienzo. Paul McCar, enemigo íntimo del chico, estaba dispuesto a ganar de nuevo a su rival. Le guiñó un ojo y se montó en su vehículo, un deportivo. La carrera estaba a punto de empezar. ‘Blue Possy’ estaba a reventar de gente. Unos animaban a Andrés, otros a Paul. Los motores rugían.
- Que gane el mejor, perdedor.- se burló Paul.
- Cuanto lo siento. Hoy es mi día de suerte.- dijo Andrés con una sonrisa.
El tiro de salida hizo que los coches volaran por el terreno, dejando un manto de humo que mareó a más de un espectador.

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