viernes, 7 de diciembre de 2012

El joven Narciso


EL JOVEN NARCISO

Cuentan las leyendas pueblerinas que no hay más condena eterna que vivir enamorado de alguien que con certeza se sabe que no va a ser correspondido. El amor a veces puede ser una explosión de sensaciones nuevas, aunque otras veces puede ser la mayor de nuestras perdiciones. Algo parecido les ocurrió a nuestros dos protagonistas: Ameinias y Narciso. La amistad puede ser peligrosa cuando se trata de un futuro acercamiento a sentimientos más profundos. Parece ser que dicho proverbio no fue aceptado muy bien por Ameinias, un joven griego que disfrutaba yéndose de caza con su amigo Narciso a los bosques más profundos y misteriosos de su tierra. Éste, siempre gentil y generoso, hablaba animadamente con su compañero de aventuras cuando de pronto, vieron a un ciervo correr como un relámpago entre la hierba. Ameinias se lanzó a cazarlo con su poderoso arco, pero su amigo le paró cuando estaba a punto de disparar la flecha.
- Es sólo una cría, Ameinias. Déjala vivir.
El espíritu noble de su amigo y sus ojos azules que reclamaban clemencia fue lo que hizo que el joven arquero se enamorara de él. Narciso y Ameinias pasaban muchas horas en el bosque. Su afición favorita era discutir de ética con los faunos, que sonrientes, les dedicaban siempre una agradable conversación. Otras veces, las hadas eran las que les pedían ayuda para reunir magia a través de la corteza de los árboles. Donde hubiera un pájaro herido o un espíritu del bosque enfadado, allí estaban Ameinias y Narciso para calmar el ambiente y asegurar que todo estaba bien.

Un día, Ameinias sintió que un aviso en su corazón le impulsaba a contarle la verdad a su amigo sobre sus sentimientos. Entonces, el joven cazador llevó a Narciso a lo más profundo del bosque, cerca de un manantial de claras aguas. Narciso, extrañado por la decisión de su amigo de ir a ese sitio, le pidió explicaciones amablemente.
- Sólo hay una razón por la cual estás aquí, Narciso.- empezó a decir Ameinias con el corazón en la mano y rezando a los dioses para que todo saliera bien.- Nos conocemos de mucho tiempo y cada día nos hemos forjado como amigos hasta tal punto que nos hemos convertido en hermanos. Quería confesarte el secreto que he guardado dentro de mí desde hace mucho. Y espero que ese secreto no rompa nuestra cadena fraternal nunca.
Ameinias cogió las manos de su compañero y respiró hondo, contemplando su reflejo en el lago. Acto seguido, miró a Narciso directamente a los ojos y le besó. Narciso se quedó petrificado, temblando al mismo tiempo que soltaba las manos del joven arquero.
- ¿Qué…acabas de hacer…?
- Mi secreto es el secreto del amor, el amor que siento por ti y que tanto he temido confesarte hasta el día de hoy.
Narciso quedó mudo al oír esas palabras de la boca de su amigo. Con una mueca de rechazo, huyó a toda prisa hacia la salida del bosque, asustado. Ameinias, que no podía creer lo que estaba pasando, se arrodilló frente al lago y contempló su rostro en el agua. Alguien estaba llorando dentro del manantial. Era él. La soledad que sentía al no estar su compañero le hundió todavía más. ¿Con quién descubriría la magia en la corteza de los árboles para las hadas a partir de ahora? ¿Quién conversaría con los faunos sobre ética? Ameinias, que parecía enloquecer por lo que había hecho, se dirigió hacia la salida del bosque, destrozado y acompañado por un cortejo de lágrimas que parecían no tener fin.

Pasaron los días y Narciso no volvió a ver al joven cazador. Éste se pasaba todo el tiempo en su casa, destrozado. Ya no tenía ganas de salir a cazar o pasear por el bosque. No sin Narciso. Muchas veces intentó ir a su casa para tener noticias de él, pero la puerta nunca se abría si era Ameinias el que llamaba. Una noche, ensimismado en su propia locura y desesperación, Ameinias cogió un puñal de la mesa de su cocina y se dirigió a la casa de su amado, con los ojos llenos de lágrimas y la mano sangrando de tanto apretar el mango del cuchillo. Tenía una rabia contenida en el cuerpo que no sabía de qué manera la podía hacer explotar. Las velas de la casa de Narciso estaban apagadas. Parecía que no había nadie en ella. Ameinias dio unas vueltas alrededor del edificio, esperando a que alguien viniese. Estaba loco por saber algo de Narciso, aunque fuese un segundo de su vida después de lo que pasó. Ameinias miró el puñal. Sabía perfectamente lo que hacer con él.
<<Diosa Némesis, si estás ahí arriba, si me oyes…acógeme en tu regazo cuando ya no esté en este mundo. Fui valiente, me arriesgué aceptando todas las consecuencias, pero fallé y la desesperación se me hace eterna. Después de tanto tiempo de espera, fallé. Después de pasar casi toda mi vida enamorado de Narciso, este es el final que me espera. Un final que me aliviará de todo mi agobio y locura. Un final que se verá acompañado de un sudor frío que recorrerá todo mi cuerpo hasta caer. >>
No había número de lágrimas para describir el llanto de Ameinias por el rechazo de Narciso. Cuando el puñal estaba a punto de rozar el pecho del joven, la diosa apareció en forma de luz.
- Quieto, Ameinias.
Ameinias se vio sorprendido por la cegadora luz que tenía voz de mujer. Era la diosa Némesis, la diosa de la venganza, que había hecho acto de presencia sobre el tejado de la casa de Narciso.
- ¡Alabados sean todos los dioses! ¡Alabada sea la diosa Némesis!
- ¿Qué te araña la conciencia, joven cazador?
- Alguien que vive a escasos centímetros de aquí pertenece a mi corazón. Pero él no quiere saber nada de mí. Y quiero acabar con este sufrimiento mediante mi propia muerte.
- ¡No seas cobarde, Ameinias! ¡Y afronta el olvido como un hombre!
- No hay tiempo para afrontar nada. ¿Acaso puedes hacer que me ame?
- No puedo hacer que tu amado te ame. Ni tampoco puedo hacer que tú le olvides. Pero puedo hacer que sienta el mismo daño que tú estás sintiendo por no ser correspondido.
- Eso me consuela. Aunque sigo pensando que ya no valgo nada si no tengo sus palabras.
Ameinias levantó el puñal y envuelto en lágrimas se lo clavó en el corazón. La luz se oscureció y se volvió más negra.
- El amor duele mucho más que esta herida de puñal…- dijo Ameinias. Cayó al suelo inerte, con sus ojos clavados en la casa de Narciso. La luz del tejado desapareció tras un estallido.

Liríope, la madre de Narciso, encontró el cadáver del joven Ameinias unas horas más tarde. Cuando Narciso se enteró de la muerte de su amigo ardió en locura y se dirigió al bosque. Mientras sus lágrimas brotaban de sus ojos, observó que los faunos y las hadas lo evitaban, escondiéndose en los huecos de los árboles y entre los arbustos. La noche parecía llegar a su fin y los pájaros que cantaban para anunciar la mañana no hicieron acto de presencia. La vida en el bosque estaba paralizada. Parecía como si el tiempo se hubiera parado. Todo estaba más oscuro de lo normal y el silencio protagonizaba una de las estampas más tristes de las profundidades de aquel paisaje. Narciso corrió y corrió hasta llegar al manantial donde Ameinias le había confesado su amor. Recordó los momentos felices junto a su amigo y se arrepintió de la reacción que había tenido aquel día. Miró las claras aguas que brillaban con los primeros rayos de Sol y cayó de rodillas ante ellas con lágrimas en los ojos. De pronto, sintió una sensación rara, como si el lago le estuviese llamando. Observó que no podía moverse de allí y que sentía como si necesitase el agua de aquel manantial para vivir. Sintió un profundo deseo de tocar su reflejo, una sensación que no parecía tener fin; una sensación que le hizo pensar que sentía amor por primera vez. Pero amor por ese joven que se movía dentro del agua. Aquel joven le sonaba mucho, e incluso hacía muchos gestos como él. Desesperado por tocar a aquel muchacho que se parecía tanto a él, cayó al agua, ahogándose en el acto debido a la profundidad del lago. El silencio después de las salpicaduras del agua marcó la salida del Sol.

Hadas y faunos cuentan que varios días después del suceso brotó una flor a la que llamaron narciso. Esa flor adornó el lugar donde Ameinias y Narciso pasaron sus últimos momentos juntos, antes de que la vida de ambos cambiara para siempre. La diosa Némesis cumplió su misión: Narciso había saboreado el dolor del amor no correspondido. Pero no de una forma normal y corriente, sino de una forma en la que Narciso nunca conseguiría obtener aquel amor del que se había perdidamente enamorado, ya que como los faunos y las hadas pudieron comprobar, su único amor verdadero fue su propio reflejo en el agua. 

La noche del gato


LA NOCHE DEL GATO

Eran más de las doce de la noche cuando Vetmi absorbió el humo de su último cigarrillo y se dispuso a bajar la calle de la ciudad. Todas las ventanas estaban cerradas. Se podía decir que ningún alma se atrevería a pisar aquellos charcos que brillaban a la luz de la nublada Luna. Mientras bajaba la increíble cuesta que adornaba la calle principal, tiró el cigarrillo hacia una farola cercana y se paró en seco a pensar en unas cuantas cosas que rondaban en su cabeza.
<< ¿Por qué la mala suerte me acompaña estos últimos días? Me doy asco. Ahora sí que me arrepiento de no haber vivido mi vida; he desperdiciado mi única oportunidad de ser feliz. >> 
- ¿De verdad crees eso?- preguntó una voz a sus espaldas.
Vetmi miró hacia ambos lados pero no vio nada. Se preguntó quien habría sido capaz de leerle la mente. Quizás serían imaginaciones provocadas por los sorbos de la botella de ron que llevaba en la mano. Miró detrás de la farola, pero no vio absolutamente a nada ni a nadie.
- ¡Quién anda ahí! ¡Sal de donde estés!
No hubo respuesta. Creyendo que todo había sido una ilusión provocada por el alcohol, siguió caminando. Esta vez, estaba llorando. Sus lágrimas bañaban su rostro como si fueran gotas de rocío que señalaban el amanecer. Pero claro, pensó que todavía quedaban muchas horas para el amanecer.
- No huyas, humano. Sé por qué estás aquí.
Vetmi volvió a mirar a ambos lados de la calle, pero no había nadie. ¿De dónde procedería la misteriosa voz que parecía querer dialogar con él? De pronto, Vetmi no creyó lo que estaba viendo. Un gato, acompañado de otros de su especie, se acercaba sigilosamente al pobre desgraciado. Vetmi se situó debajo de otra farola para verlos mejor. Se hizo el silencio. Los ojos del gato que iba en cabeza brillaban en la oscuridad de la noche. Mostraban elegancia y firmeza a la vez, una mezcla entre misterio e ironía. ¿Cómo podía Vetmi captar todas esas sensaciones si el gato era sólo un animal? Cada vez estaba más convencido de que no debería de haber bebido tanto.
- Así que vagas por las calles tentando al destino, humano aventurero…
Vetmi no era consciente de lo que estaba presenciando: el gato hablaba. ¡Hasta le pareció que sonreía! Los demás gatos se apartaron del que estaba en cabeza, que se acercó aún más a Vetmi. Éste dio un paso atrás.
- ¿Qué eres?- preguntó Vetmi asustado, soltando la botella de ron y sacando la navaja que llevaba encima.
- Soy un gato, normal y corriente, ¿no me ves?
- ¿Y cómo puedes hablar? ¡Eres un animal! ¡Los gatos no hablan!
- Yo soy un gato especial.- dijo el animal mientras sus compañeros se desvanecían en la oscuridad, maullando lentamente.
Vetmi estaba realmente asombrado. Por una parte, estaba allí, al pie de una farola, hablando con un gato sin haberlo visto nunca antes. Por otra, miles de emociones y sentimientos trágicos de su vida se arremolinaban en su cabeza.
- La muerte no es la mejor solución, amigo.
- ¿Quién dice que me voy a suicidar? ¡Tú no sabes nada, gato!
- Oh, sí lo sé. Esa navaja no la vas a usar conmigo, sino contigo.
- Pero qué dic…
- Piensa un segundo, humano. Lo has perdido todo, ¿cierto? Has perdido tu casa, el banco te la ha embargado como si de un juguete se tratara. Tu dinero ha desaparecido, simplemente por el hecho de que te lo has gastado todo en alcohol, y bueno, en esa navaja vieja que tienes entre los dedos. Por último, el amor de tu vida ya no te ama, sino que te ha sido infiel con otro hombre. ¿No son esas suficientes razones para suicidarse?
- ¿Cómo sabes todo eso? ¿Quién eres? ¿De qué me conoces?
- La cuestión no es ‘por qué se todo eso’, sino ‘por qué no tratas de olvidarlo’. ¿Sabes? La vida es demasiado corta para arrepentirse, y no creo que en la vida eterna te dejen hacer lo que hiciste en esta.
- ¿A qué te refieres?
- Me refiero a muchas cosas. Tu vida es esta y tú tomas el control de ella. Nadie tiene que vivirla por ti. Eres tú el que toma decisiones, el que se lleva los malos tragos, el que aprende a ser valiente. ¿Y vas a tirar por la borda todo el esfuerzo que hiciste con una simple navaja de mercadillo?
- ¿Y a ti que te importa mi vida? ¿Por qué me dices esto?
- Te recuerdo que tengo siete vidas, y estoy viviendo mi segunda oportunidad, humano. Ya sé cómo va el juego.
- Vivir… ¿de qué sirve vivir cuando no tienes lo que quieres?
Vetmi miró al gato unos segundos. Le dio de nuevo la sensación de que el animal sonreía irónicamente. Sus ojos cada vez brillaban más. Vio que caminaba hasta posarse sobre un escalón de la acerca. Acto seguido, se lamió la pata, como si estuviese disfrutando de la sensación.
- Mejor dicho, ¿de qué sirve vivir cuando no sabes hacerlo? Vivir no se trata sólo de tener corazón y latidos para alimentarlo. Vivir significa disfrutar de todos los momentos buenos y malos que tiene la vida. Los buenos permanecen como recuerdos inolvidables. Los malos pasan a formar parte de la experiencia. Tienes que vivir al máximo, nunca se sabe cuando puedes morir.
- Quizá la muerte sea la única que me comprenda ahora mismo…
- La muerte no comprende a nadie. Sólo se limita a hacer su trabajo: marcar el fin de la vida. La muerte es tu mejor amiga, pero no tienes que darle el gusto de caer en sus brazos tan fácilmente. Pónselo difícil, juega con ella y diviértete tomándole el pelo.
Vetmi se sentó bajo la farola, en el escalón, a escasos metros del gato, que seguía relamiéndose como si estuviera alegre por algo.
- Sal ahí afuera y demuéstrale a todos que te mereces una oportunidad.
- No quiero falsas oportunidades. Sólo quiero ser feliz. Pero parece que todo el mundo me ha dado la espalda. No puedo hacer lo que quiero. Siempre hay factores externos que me lo impiden.
- Oh, cielos. ¿Vas a impedir que la locomotora de tu autoestima se pare bruscamente? ¡Ve de fiesta, haz locuras y diviértete!
- Si eso fuera tan fácil…
- No eres tan mayor.- se atrevió a decir el gato mirando al pobre hombre con ojos convincentes.- Todavía te queda mucha vida por disfrutar. Tu cuerpo es bello y sano. Disfruta de las miles de personas que te están esperando fuera de esta farola. ¿Por qué reprimirte cuando te puedes entregar perfectamente al placer de la carne? Los seres humanos tenéis necesidades, y una de ellas es la lujuria. Os hace sentir bien.
- No me puedo creer que un gato me esté hablando de esto…- dijo Vetmi asombrado, al borde de la locura.
- Piénsatelo bien, amigo. ¿Por qué huir del regalo de la vida si puedes pasarte noche tras noche siendo un lobo hambriento?
El gato sonrió. Hizo un gesto para que Vetmi le siguiera. Éste, aún sin creerse que estaba conversando con un gato en mitad de la noche, le siguió con miedo. El animal le condujo a un lugar que parecía un pequeño descampado lleno de basura. Allí había unos cuantos cubos de basura y una tremenda y escalofriante oscuridad. De las tinieblas empezaron a surgir siluetas que parecían fantasmas, aunque sólo eran gatos maullando. Se acercaron a Vetmi y lo envolvieron como si fueran espectros transparentes. Vetmi intentó apartarse a los animales de encima pero estaba paralizado. ¿Qué le estaba pasando? Sentía que un sudor frío le azotaba la frente. Estaba agobiado. Sentía una sensación horrible, entre el miedo y la desesperación. Mientras, el gato parlanchín y de ojos brillantes le miraba con una sonrisa. Vetmi dejó caer la navaja y notó como los espectros que lo envolvían iban desapareciendo poco a poco.
- ¿Qué me has hecho?
- La pregunta no es esa, humano. La pregunta es: ¿Qué has hecho tú?
- ¡Esos fantasmas me han hecho perder la razón!
- No estás loco, amigo mío.- continuó el gato relamiéndose de nuevo la pata. Sus ojos se clavaron en los de Vetmi, acompañados de una sonrisa pícara y blanca.- Sólo estabas disfrutando tus últimos momentos de vida terrenal, si quieres llamarlo así…
- ¿Quieres decir que…?
- Exacto, humano. Te di la oportunidad de escapar cuando te hice la señal para que me siguieras hasta aquí. Pero no fuiste un chico listo. Desaprovechaste la última oportunidad que te dio la vida bajo la farola.
Vetmi dio un paso atrás y miró al gato con rabia. Intentó escapar pero más de veinte gatos le cortaban el paso con gestos de enfado. El gato que hablaba caminó despacio y lo miró con una sonrisa.
- ¿Alguna vez has visto a un gato sonreír, humano? Porque esta es la última vez que lo vas a ver.
- ¿Qué eres en realidad? ¡Tú no eres un gato normal y corriente!
- Tenías que haberme acusado de esa manera la primera vez. Te hablé sobre los placeres de la vida, del regalo de nacer y morir viejo. De que la muerte todavía no está lista para recibirte. Y aún así, decidiste seguirme después de la charla asumiendo todas las consecuencias. Efectivamente, no soy un gato normal y corriente. Soy algo más poderoso y oscuro que eso.
El animal caminó algunos pasos hacia una pared que protegía el descampado y su sombra se proyectó bajo unos focos encendidos que pertenecían a una fábrica cercana. Vetmi pudo comprobar que no era una sombra normal de gato. Era como si su estatura hubiera cambiado; ahora era más alto. De su cabeza no salían dos orejas, sino dos cuernos de cabra bastantes grandes. La cola se volvió más larga y las patas de gato se convirtieron en pezuñas. El gato con el que había estado hablando desde el principio no era un animal. Era el mismísimo demonio.
- Dios mío… ¡SOCORRO!
- ¡Tuviste la oportunidad de ver mi sombra bajo esa farola, ya que su luz la proyectaba en la pared! ¡Pero estabas demasiado ocupado pensando en si mi voz era real o no! Perdiste tu tiempo, ¡como lo has hecho durante toda tu vida! Tu mala suerte sólo es culpa tuya, y no del dinero, ni de tu casa ni de tu esposa. ¡Fuiste tú el que desaprovechaste todas las oportunidades que te ofreció la vida! ¡Aún estando al filo de la muerte, pudiste escapar de mis garras! ¡Pero decidiste seguir a un gato que habla en vez de ser feliz y escapar! Un pobre desgraciado, ¡eso es lo que eres!
Vetmi se quedó petrificado. Los gatos que le cortaban el paso se iban acercando cada vez más a él. Satanás mantenía sus pezuñas en alto, dispuesto a atacar. Vetmi se agachó y cogió la navaja que antes se le había caído cuando estaba aprisionado por los espectros. Miró al demonio por última vez con lágrimas en los ojos y puso la navaja frente a su pecho.
- Todavía me queda una salida.
- ¿Una salida? ¡No me hagas reír! ¿Es lo único que se te ocurre decirme segundos antes de ser despedazado por el demonio y más de veinte gatos?
- Cuando ya no hay puertas para abrir y encontrar caminos, la única cosa que te queda por hacer es salir de la puerta en la que estás.
Vetmi miró al cielo y se penetró la navaja en el corazón. Cayó al suelo con el pecho ensangrentado. El demonio lo observó con una sonrisa pícara. Los demás gatos se desvanecieron. Satanás se acercó al cadáver de Vetmi y lo observó minuciosamente.
<<Nadie escapa así como así de mi, humano>>. Y desapareció.