sábado, 5 de febrero de 2011

Amor Eterno. Capítulo 8


Capítulo 8


Bianca bajó la mirada y Steve se quedó mirándola un buen rato. El silencio se hacía eterno. Ninguno de los dos se atrevía a hablar.
- ¿Cómo has dicho, Bianca?
Steve mostró una mueca de rabia e impotencia.
- Lo que has oído, Steve. Rose Doyle es mi hermana…Mi nombre verdadero es Bianca Doyle.
- ¿ME PUEDES EXPLICAR QUE VAMOS A HACER AHORA?- La rabia de Steve aumentaba cada vez más.
La chica empezó a llorar, caminó algunos pasos lentos y echó a correr hacia la calle. Dio un portazo y salió de la casa de su amigo. Steve se sentó en el sillón y se frotó los ojos con las manos. Acto seguido, le dio una patada al suelo.

*

Rose ya estaba instalada en su casa, casi recuperada. La memoria aún le seguía fallando y no conseguía descifrar el misterio de lo que le sucedió aquella noche. Alan se sentó con ella en el sofá del salón y le dio la mano. La casa estaba intocable, tal como la dejó Rose.
- Me alegro mucho de que te vayas recuperando.
- Poco a poco. Las cosas suceden despacio. ¡Y no cambiaría ahora mismo mi casa por nada del mundo!
- Como te dije, tengo una sorpresa para ti.
- Como te dije, me encantan las sorpresas.
- Mañana pasaré a recogerte por la noche. Vendrás conmigo a un sitio donde quiero que estés conmigo. Solo puedo decir eso…
- Hmmm…que chico tan misterioso.- dijo Rose con tono de voz de detective.
Los dos se abrazaron fuertemente, mostrando su felicidad. El corazón de Alan tenía miedo a mostrar sus sentimientos. El chico tenía pánico por decirle a Rose lo que realmente sentía por ella. ¿El motivo? El rechazo. Alan no estaba totalmente seguro de si a Rose le gustaba él y…los nervios se apoderaban más y más del chico. Después de un buen rato, el chico se fue de la casa de Rose con una amplia sonrisa. Alan no era la única persona nerviosa. Bianca caminaba por la calle sola y triste. La decisión que tenía que tomar era muy difícil. Matar a su hermana…¿o perjudicarse a sí misma? Tocó a la puerta de Steve y éste abrió. Por un momento, los dos se miraron con miradas de asesino. Después, Bianca cayó rendida de cansancio a los brazos del chico.
- Sabía que volverías…no me puedes dejar solo en esto.
- Lo siento…es difícil.
- Te comprendo.- dijo Steve dándole a la chica un vaso de té caliente.- ¿Qué has decidido?
- Matemos a Rose. Tenías razón. Su muerte pondrá fin a nuestros problemas.
- Así me gusta Bianca…Sé mala.- dijo Steve riéndose mientras acariciaba suavemente los mechones de pelo de la chica.
Y como los dos decidieron, con una pistola en mano, se dirigieron a casa de Rose. Sabían la dirección gracias a Bianca, que había seguido en la tarde a su hermano. Tocaron a la puerta. Rose les abrió.
- ¡Buenas tardes, zorra! ¡Venimos a hacerte una agradable visita!
- ¿Quiénes…sois? ¿Bianca…?
Bianca le empujó hacia dentro y su compañero cerró fuertemente la puerta. La chica cayó al suelo y Bianca le apuntó con la pistola en la cabeza.
- ¿No te acuerdas de nosotros?
- No…no. Solo de tí. Te ví en el hospital.
- ¿Solo de eso? ¿Has perdido la memoria?
- Sí…la perdí. Sufrí un accidente.
- ¡No me hagas reír! ¡Nosotros te lo provocamos! ¿O ES QUE YA NO TE ACUERDAS, MAL NACIDA?
A Rose se le llenó la cara de lágrimas. El gatillo de la pistola cada vez era más peligroso.
- Debemos de eliminarte para que no molestes más. ¿Qué opinas?
- No os hice nada…por favor…no me matéis.
- ¡Sí que nos hiciste! No matamos por ningún motivo…¿no, Steve?
- Claro Bianca. Siempre tenemos razones.
Bianca apretó la pistola aún más en la frente de la chica. Ésta cerró los ojos.
- Adiós, cielo.
En ese momento, se oyó una voz afuera. Era Alan, que se había olvidado su móvil en casa de Rose.
- ¡Mierda! ¡Es mi hermano!- dijo Bianca susurrando.- ¿Por dónde podemos salir?
- La…la puerta trasera. Por favor, no me hagáis daño…
- NI UNA PALABRA DE ESTO, ¿ME OYES? ¡NI UNA PALABRA! SI HABLAS, TU Y MI HERMANITO OS IRÉIS AL OTRO MUNDO ¡DE CABEZA!
- Esta…bien…n…no diré nada.
Bianca y Steve guardaron las pistolas y salieron por la puerta trasera. Rose abrió a Alan, que parecía impaciente. Éste vio a la chica rara. Le preguntó que le pasaba, pero ella disimuló tontamente.
- ¿Seguro que estás bien, princesa?
- Sí, no te preocupes.- rió Rose.
Alan cogió su móvil pero no apartó la mirada de la chica en ningún momento. Sabía que le pasaba algo. Le dio un beso y cruzó la entrada. Rose cerró la puerta, aterrada por la escena que acababa de vivir. 

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