ALMA POSEÍDA
Amaneció en el hotel. Pablo tocó en la habitación de Ariadna, pero no contestó nadie. Eran las dos de la tarde y al chico le había extrañado que no despertara su amiga. Tocó una vez más. Silencio.
- ¿Contesta alguien?- dijo Débora, que apareció por el pasillo con Marilin.
- No...¿le habrá pasado algo?
- Derriba la puerta.- aclaró Marilin, que estaba de los nervios.
- ¿Estás loca?
- La hemos buscado por todas las partes del hotel, ¡y no está! Derriba la puerta.
- Apartaros.
Con un fuerte golpe que se oyó por todo el pasillo, Pablo derribó la puerta, que cayó al suelo sin ningún rasguño de impacto. Los tres chicos entraron, pero para su sorpresa, Ariadna no estaba. Pablo se acercó a la cama de la chica y observó que sobre ella había un pequeño papel doblado.
- Ey, aquí hay algo. Parece un papel.
- ¿Qué dice?- preguntó Marilin.
Pablo desdobló el papel y leyó en voz alta:
'En primer lugar, gracias por todo, en especial a Pablo y Débora.
A pesar del poco tiempo que hemos tenido para conocernos,
os llevaré siempre en el corazón, os lo prometo.
Pero debo irme, ya que no me siento amenazada por aquel hombre.
Tengo que rehacer mi vida y ser feliz.
Nos volveremos a ver.
Ariadna.'
- Se ha ido...- comentó Pablo cabizbajo y con la voz entrecortada.
- Era predecible...- dijo Marilin al respecto. Abrazó a Pablo y le animó a seguir para adelante.
- Ahora no podemos perder tiempo. Tenemos que librar de la maldición a este hotel. Manos a la obra.- dijo Débora convencida de atrapar a Baphomet y ahuyentarlo.
<<Invocando a Baphomet conseguiré libraros de mí y haceros desaparecer de una vez por todas>>
Debora sonrió con una pizca de malicia adornando su juvenil cara. Observó como Marilin y Pablo cogían paños viejos de los armarios de las habitaciones y los bañaban en agua bendita, procedente de la botella que habían llenado un día antes en la Iglesia, gracias a la ayuda del sacerdote. Marilin y Pablo eran los encargados de tapar los espejos del pasillo y las habitaciones de la primera planta. Gabriel y Felipe se encargarían de los de recepción, sala de espejos y habitación de las torturas. Por último, Miguel y Débora taparían los espejos de las salas comunes y la segunda planta.
- No entiendo porqué se marchó...aquí estaba bien...- dijo Felipe con una mueca de tristeza plasmada en su cara.
- Ha derramado demasiadas lágrimas. Ahora que su agresor ha muerto, tiene derecho a empezar de nuevo.- le aclaró Gabriel.
- Allá donde se encuentre ahora, le deseo lo mejor...
- Es una chica fuerte, sabrá cuidarse por sí sola.
Felipe tropezó con una cuna de Judas que días atrás se había cruzado con Ariadna . Percibió el perfume de la chica, que aún permanecía ahí. Observó la máquina de tortura y silbó para llamar la atención de su compañero.
- ¿Qué puñetas es esto?
- Es una cuna de Judas.- aclaró Gabriel.- Colgaban a las prostitutas y homosexuales del techo y los dejaban caer sobre la pirámide., de forma que se producía el desgarramiento de la vagina y el ano. Era terrible.
- Es una cuna de Judas.- aclaró Gabriel.- Colgaban a las prostitutas y homosexuales del techo y los dejaban caer sobre la pirámide., de forma que se producía el desgarramiento de la vagina y el ano. Era terrible.
Con la boca abierta, Felipe apartó la cuna de Judas y sacó de su bolsillo la llavecilla de la sala de los espejos, que le había dado Débora. Entraron los dos. Felipe sintió un escalofrío en su interior, observando la gran cantidad de espejos que debían de tapar. Tras media hora bañando en agua bendita dichos objetos, se sentaron a descansar en una especie de banco de madera antiguo que permanecía escondido en las sombras.
- Sólo queda uno. El espejo de María Tudor.- avecinó Felipe, exhausto.
Gabriel se levantó rápido y acudió a cazar su última presa. El espejo de María Tudor produjo un intenso brillo esmeralda, que trajo consigo la aparición del sigilo de Baphomet en la superficie. Una sombra del tamaño de un coche salió del espejo. Aquella cosa era casi invisible y apenas se podía ver. Felipe sintió un cosquilleo en su interior, como si algo quisiese apoderarse de él...y de su alma. Todo el cuerpo le quemaba. Era como si la lava de un volcán recorriera sus venas y arterias con un único destino: arder su corazón en llamas. Gabriel no lo reconocía. Felipe empezó a alterarse y puso los ojos en blanco al mismo tiempo que empezó a gritar en latín. Estaba rezando a Satanás. Aterrorizado, Gabriel corrió en busca de los demás para ayudar a su amigo, pero nada se podía hacer con el alma de Felipe. El cuerpo de éste empezó a arder, dejando ver la carne quemada a varios metros de distancia. Gritando en latín con la voz cada vez más grave y con los ojos como volcanes, corrió detrás de Gabriel para detenerlo. Baphomet se había manifestado.
- ¿Qué coño pasa?- preguntó Pablo viendo llegar a Gabriel como un loco.
- ¡Felipe está poseído! ¡Baphomet está detro de él!
Entre las tinieblas, Débora sonrió. Los demás, mostraron su cara más pálida. Felipe, que no podía retomar su propio control, impactó contra la pared de la recepción y cayó al suelo lleno de adrenalina y dolor. Milagrosamente, Miguel y Gabriel consiguieron paralizarlo con agua bendita.
- Es hora de vernos las caras con Baphomet.- sentenció Débora, sujetando la Biblia.
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