MARÍA TUDOR
Ariadna volvió a mirar el libro. Se quedó pensando por unos momentos mientras que los demás debatían.
- Quizás sería porque María tendría alguna relación con España...
- ¡Ya está!- gritó Pablo.- Aquí, en este lugar, había algo relacionado con ella y con el demonio que no había en Inglaterra. En este mismo lugar, había una conexión con el diablo. Por eso viajó a España en secreto, para poder comunicarse con Satanás.
- Entonces, ¿me estás diciendo...- continuó Marilin.- ...que María Tudor fue la que maldijo esta zona de España? Ella fue la que trajo el demonio a este lugar...
- ¿Y no dejó escrito algún tipo de conjuro para ahuyentarlo?- insistió Ariadna.
Pablo dejó el libro en lo alto del mueble donde se lo había encontrado. Al ponerlo, una especie de carta se salió de las hojas y cayó al suelo. Ariadna la recogió con cuidado, abriéndola con suma delicadeza y curiosidad.
- Son instrucciones de algo...
Pablo le arrebató el papel. Miró asombrado el contenido.
- Chicos, hemos dado en la clave. Son instrucciones para ahuyentar a los seres malignos.
- ¿Quiénes?- preguntó Marilin con cierta curiosidad.
- Satanás, Baphomet...y...¿Abrahel?
Débora sintió una punzada de placer en su corazón
- ¿Abrahel? ¿Quién puñetas es Abrahel?
Débora dio un paso adelante y miró a Ariadna con dulzura. Parecía que ella sabía quién era aquel ser maligno, nombrado en la carta de la reina.
- Abrahel es la reina de los súcubos, poderosos seres femeninos que tientan hasta el más increíble de los hombres. Ella se encarga de vigilar que todo esté en orden para no enfadar a su amo, Satanás.
- ¿Satanás su amo?- preguntó Marilin.
- Sí.- continuó Débora.- Hace milenios, Abrahel tuvo un desagradable encuentro con el mismo rey de los demonios, Satanás. En un intento de conquistar la Tierra para hacer el mal, los dos ejércitos se enfrentaron fríamente, dando lugar a una guerra que duró más de ochocientos años. Para su suerte, Abrahel fue derrotada por Satanás, y éste le obligó a servir para él el resto de la eternidad. Algo parecido ocurrió con Baphomet...pero claro, todo esto es pura mitología.
- Tenemos entendido que Baphomet es el que lo ve y sabe todo...- dijo Pablo observando la carta.
- Baphomet era el demonio más astuto y escurridizo de todos. Satanás pidió a Belfegor, el demonio de la pereza, que durmiera a Baphomet para derrotarlo y hacerlo su siervo. Al final, fueron los dos los que cayeron bajo el dominio del rey del Infierno...
- ¿Quiénes contaban estas historias?
- Sobre todo los cristianos antiguos...se aburrían como muermos.
Ariadna sintió una punzada en su interior. Pablo volvió a mirar el papel y leyó en voz alta las instrucciones:
''Yo, María I de Inglaterra, dejó a la disposición de aquel que lo requiera las instrucciones para poder ahuyentar o espantar a Baphomet, semilla de la sabiduría, Abrahel, reina de lo prohibido y Satanás, amo del mal. Para el primero, solo se necesita tapar los espejos con un paño bañado en agua santa. Entonces, él se manifestará. Pero sólo se debe de hacer eso rezando la Biblia. Para Satanás hay que mezclar arena, agua santa y sal, y después, pronunciar 'Dios' en latín...''
''Yo, María I de Inglaterra, dejó a la disposición de aquel que lo requiera las instrucciones para poder ahuyentar o espantar a Baphomet, semilla de la sabiduría, Abrahel, reina de lo prohibido y Satanás, amo del mal. Para el primero, solo se necesita tapar los espejos con un paño bañado en agua santa. Entonces, él se manifestará. Pero sólo se debe de hacer eso rezando la Biblia. Para Satanás hay que mezclar arena, agua santa y sal, y después, pronunciar 'Dios' en latín...''
- ¿Y para Abrahel?- Débora sonrió.
- La hoja parece quemada. No hay rastro de las instrucciones para ahuyentar a Abrahel.- dijo Pablo confuso. Miró la parte de abajo de la carta y observó que estaba quemada.
- Alguien la quemó.- concluyó Marilin.
- Esta bien, vámonos de aquí. Ya sabemos como ahuyentar a Baphomet si aparece. Este lugar es peligroso, vamos.- insistió Débora abriendo de nuevo la puerta.
Pablo soltó el libro donde se lo había encontrado y tapó el espejo de María Tudor con una sábana. Acto seguido, los chicos se fueron de la sala de los espejos. Ariadna se preguntó por qué tardaban tanto Felipe y Miguel en venir del hospital con Gabriel. La tarde se le hizo interminable, intentando responder a preguntas sin respuesta que rondaban por su cabeza una y otra vez. La agonía de saber que le podía pasar algo al que fue el amor de su vida la cautivó por dentro. A pesar de las palizas que le daba, los insultos que le escupía y los malos tratos que le proporcionaba, ella lo quería. Se secó las lágrimas y se miró en el espejo de su habitación. Cogió el cepillo y se peinó un poco. Miró el reloj. Las diez. Era la hora de cenar pero no tenía ganas de comer. Pablo tocó a la puerta. Ariadna fue a abrir con una mueca de intriga en su cara. Al ver a Pablo con una penumbre triste, se le echó el mundo encima. Se esperó lo peor.
- ¿Qué ha pasado? ¡Dime que ha pasado!
- Ariadna, cálmate. Felipe, Miguel y Gabriel han llegado. Baja al comedor.
Como una locomotora ahogada en vapor, la chica echó a correr por el pasillo y bajó las escaleras, bañada en sudor frío. Al contemplar, las tristes figuras de sus amigos, un clavo agudo se impregnó de soledad en su interior. De nuevo, las lágrimas eran acompañantes eternas de Ariadna, que gritó respuestas al aire, esperando que alguien hablara para dar el veredicto final.
- El chico ha muerto. Ha sufrido un ataque cardíaco. Los médicos no han podido hacer nada.
Para la chica se paró el tiempo. Pero no volvió a llorar. Los demas se sorprendieron.
- ¿Ariadna, te encuentras bien?- preguntó Gabriel angustioso.
- No voy a derramar ni una lágrima más. Ya he derramado bastantes por hoy.
Y diciendo esto, se retiró a su habitación. El lúgubre brillo de La Luna reflejado en el ventanal, puso fin al luto que en ese momento se vivía en el Hotel 666.
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