PALABRAS PROHIBIDAS
Habían pasado diez días desde la derrota de Baphomet. Felipe estaba en el hospital, en estado grave. El doctor bajaba la mirada cada vez que veía como se encontraba. Ariadna y Miguel acudían casi todos los días a visitarlo. Sin mediar palabra, Felipe dormía en silencio, esperando la muerte, que cada vez que acercaba más a él.
- En el hotel están muy preocupados.- le dijo Ariadna a Miguel.- Los médicos no tienen muchas esperanzas puestas en él...
- La esperanza es lo último que se pierde...- dijo Miguel sonriéndole.- Felipe es fuerte y aguantará esto y más. Salgamos, necesita descansar. ¿Te apetece un café?
- Está bien. Vamos.
Los chicos abandonaron la habitación de su amigo, que seguía durmiendo en su eterno y profundo sueño. Mientras tanto en el hotel, Débora recogía algunos papeles que, sin querer, se habían caído al suelo. Suspiró con una sensación de vacío en el estómago.
- Débora...quisiera hablar contigo.- dijo Gabriel entrando en recepción.- Es sobre Baphomet. ¿Qué te dijo al oído?
- Gabriel, cielo.- contestó Débora mirándolo fríamente.- No es asunto tuyo.
- Gabriel, cielo.- contestó Débora mirándolo fríamente.- No es asunto tuyo.
- Dicen que el silencio es síntoma de complicidad, Débora. O quizá debería llamarte...
- ¡Cierra la boca! Sabía que supondrías un peligro...
- Al fin y al cabo, tenemos algo en común: no somos humanos.
- Pero sí soy...¡la que te va a eliminar!
Los ojos de Débora se volvieron negros ébano. Gabriel sintió un fuerte dolor de cabeza, que le hizo caerse al suelo muerto de dolor.
- Baphomet fue vencido. Pero la reina de los súcubos no fracasará...porque ya conoce a sus presas lo suficiente.
Débora sonrió. Pablo acudió a ver lo que estaba sucediendo. Los gritos de Gabriel les había resultado sospechosos.
- No ha sido nada, Pablo.- dijo Gabriel intentando disimular un accidente.- Un golpe tonto. No te preocupes.
Ariadna y Miguel llegaron preocupados del hospital. Felipe estaba muy grave y posiblemente no sobreviva. Débora se estremeció al oír las palabras de la chica, que reflejaban melancolía y tristeza. Ariadna besó en los labios a Pablo y abrazó al resto. En sus ojos se podía ver el futuro de Felipe.
- ¿De verdad no hay solución?- dijo Pablo dejando que sus lágrimas rozasen su rostro.
- Aún no sabemos si se recuperará.- dijo Miguel.- Ahora es cuando debemos de tener fe...
- ¿FE?- interrumpió Débora.- ¿Fe en qué? ¿En lo inevitable? A Felipe lo poseyó un demonio y eso provocó que se estrellara contra la pared y sufriera daños cerebrales. ¡No podemos tener fe sabiendo que no hay esperanzas de vida para él! ¿De verdad sigues pensando que todo está en manos de Dios, Miguel?
- Cuando piensas que todo está perdido, te das cuenta de que estás pensando mal.- dijo Ariadna enfrentándose a Débora. Gabriel las miró a las dos.
- ¿Dónde está esa Débora dulce y comprensiva? ¡No la veo por ningún lado!- añadió.
Débora era prisionera de sus palabras. Le hervía la sangre.
- Ya está bien de teatros...
Y diciendo esto, sus ojos se volvieron de color negro. Sus pupilas desaparecieron y el blanco natural de sus cristales, se convirtieron en pozos de oscuridad. Sus ropas se rasgaron y el pelo le creció. Parecía como si Débora hubiera rejuvenecido casi diez años. Sus pies se levantaron del suelo, desafiando al aire. De su espalda brotaron dos alas demoníacas, cubiertas de fuego.
- ¡Soy Abrahel! ¡Reina de los súcubos!
Los chicos no podían creer lo que estaban viendo. Abrahel se inclinó mirando al suelo y lanzó una fuerte ráfaga de fuego y tinieblas, que creó un gran portal ígneo y oscuro, que se abría a lo largo del suelo de la recepción. De él salieron todo un ejército de criaturas horrorosas, con ojos como supernovas y cuerpos distorsionados. Parecían mujeres. Eran los súcubos.
- Os presento a mi verdadera identidad y a mi ejército.- dijo Abrahel contemplando las caras de los chicos, que no tenían expresión.- ¡Mi misión es obedecer las órdenes de Satanás, para conquistar el mundo y dominar el mal en él! ¡Los humanos debéis morid! ¡AQUÍ Y AHORA!
El demonio se acercó a Ariadna y su poder psíquico la empujó contra la pared, lo que provocó que la chica cayera al suelo herida, muerta de dolor.
- ¡Muy bien, Gabriel! ¡MUÉSTRAME COMO LUCHAN LOS ARCÁNGELES!
- Al fin y al cabo, tenemos algo en común: no somos humanos.
- Pero sí soy...¡la que te va a eliminar!
Los ojos de Débora se volvieron negros ébano. Gabriel sintió un fuerte dolor de cabeza, que le hizo caerse al suelo muerto de dolor.
- Baphomet fue vencido. Pero la reina de los súcubos no fracasará...porque ya conoce a sus presas lo suficiente.
Débora sonrió. Pablo acudió a ver lo que estaba sucediendo. Los gritos de Gabriel les había resultado sospechosos.
- No ha sido nada, Pablo.- dijo Gabriel intentando disimular un accidente.- Un golpe tonto. No te preocupes.
Ariadna y Miguel llegaron preocupados del hospital. Felipe estaba muy grave y posiblemente no sobreviva. Débora se estremeció al oír las palabras de la chica, que reflejaban melancolía y tristeza. Ariadna besó en los labios a Pablo y abrazó al resto. En sus ojos se podía ver el futuro de Felipe.
- ¿De verdad no hay solución?- dijo Pablo dejando que sus lágrimas rozasen su rostro.
- Aún no sabemos si se recuperará.- dijo Miguel.- Ahora es cuando debemos de tener fe...
- ¿FE?- interrumpió Débora.- ¿Fe en qué? ¿En lo inevitable? A Felipe lo poseyó un demonio y eso provocó que se estrellara contra la pared y sufriera daños cerebrales. ¡No podemos tener fe sabiendo que no hay esperanzas de vida para él! ¿De verdad sigues pensando que todo está en manos de Dios, Miguel?
- Cuando piensas que todo está perdido, te das cuenta de que estás pensando mal.- dijo Ariadna enfrentándose a Débora. Gabriel las miró a las dos.
- ¿Dónde está esa Débora dulce y comprensiva? ¡No la veo por ningún lado!- añadió.
Débora era prisionera de sus palabras. Le hervía la sangre.
- Ya está bien de teatros...
Y diciendo esto, sus ojos se volvieron de color negro. Sus pupilas desaparecieron y el blanco natural de sus cristales, se convirtieron en pozos de oscuridad. Sus ropas se rasgaron y el pelo le creció. Parecía como si Débora hubiera rejuvenecido casi diez años. Sus pies se levantaron del suelo, desafiando al aire. De su espalda brotaron dos alas demoníacas, cubiertas de fuego.
- ¡Soy Abrahel! ¡Reina de los súcubos!
Los chicos no podían creer lo que estaban viendo. Abrahel se inclinó mirando al suelo y lanzó una fuerte ráfaga de fuego y tinieblas, que creó un gran portal ígneo y oscuro, que se abría a lo largo del suelo de la recepción. De él salieron todo un ejército de criaturas horrorosas, con ojos como supernovas y cuerpos distorsionados. Parecían mujeres. Eran los súcubos.
- Os presento a mi verdadera identidad y a mi ejército.- dijo Abrahel contemplando las caras de los chicos, que no tenían expresión.- ¡Mi misión es obedecer las órdenes de Satanás, para conquistar el mundo y dominar el mal en él! ¡Los humanos debéis morid! ¡AQUÍ Y AHORA!
El demonio se acercó a Ariadna y su poder psíquico la empujó contra la pared, lo que provocó que la chica cayera al suelo herida, muerta de dolor.
- ¡Muy bien, Gabriel! ¡MUÉSTRAME COMO LUCHAN LOS ARCÁNGELES!
Sólo hay una razón por la cuál vine aquí,
y esa razón tiene que estar guardada bajo llave,
hasta que llegue la última hora.
Mi nombre es Gabriel,
y pertenezco al Ejército de los Cielos.
Mi misión es proteger a la humanidad
de los planes del demonio.
Y aquí, y ahora,
empieza la batalla final.
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