viernes, 14 de enero de 2011

Amor Eterno. Capítulo 4


Capítulo 4

- Suéltame mamá…ya no me podrá hacer nada.

- Amanda…dicen que cuando estás a punto de morirte, dices la verdad y te arrepientes de lo que has hecho en tu miserable vida…- dijo Leonard cada vez agonizando más.
Amanda se acercó a su marido y le miró a los ojos.
- Sé que te he maltratado y te he tratado como a un perro. Solo es culpa mía. Pero son muchos años de casados y quiero que antes de morirme, tu imagen sea lo último que capte mi retina.
- Leonard…no te puedes morir…tienes que vivir y rehacer tu vida…
- Amanda, es lo que me merezco y lo reconozco. Ahora que, dentro de unos minutos mi corazón se va a parar para siempre, prefiero morir aquí en vez de en un hotel solo. Alan, quizás no querrás saber nada de mí ya, pero te sigo queriendo como el primer día que te vi en el hospital en brazos de tu madre. Bianca, un arco iris de alegría me inundó el alma cuando supe que iba a adoptar a una niña tan hermosa como tú. Mira en lo que te has convertido, en toda una mujer. Amanda, solo puedo pedirte perdón ya que otra cosa no podré hacer. He sido un miserable y un cobarde pero la bebida, los vicios y las mujeres eran mi perdición. No supe lo que tenía hasta que lo perdí. Incluso la vida…incluso mi vida…
Y cuando el sol se puso en el horizonte, Leonard cerró los ojos para siempre. Bianca se echó a llorar y a maldecir a todas las cosas malas de la vida. Alan y Amanda sollozaron suavemente. El jefe de policía le pasó por encima del hombro la mano al chico, destrozado por la muerte de su padre.
- Aunque era un maldito borracho, tenía su corazoncito.
- El tiempo nos pone a cada uno en su lugar, chico.- dijo Aaron con un tono de voz triste.
Los pájaros cantaban cada vez menos. El almuerzo de Amanda y Bianca todavía seguía en lo alto de la mesa, esperando a ser visitado. La tarde se abalanzó sobre la ciudad.

*

Dos días después del entierro de su padre, Amanda se fue recuperando poco a poco. Aunque había muerto Leonard, la vida seguía. Había que seguir para adelante y luchar para ver el Sol cada mañana al amanecer. Esa era la idea que tenía en mente Alan. El chico se dirigió rápidamente al hospital, para ver como seguía Rose. La habitación estaba oscura. Eran alrededor de las ocho de la tarde y las numerosas hojas del otoño se amontonaban en la ventana. Como era de esperar, Rose estaba durmiendo la siesta y Alan no quiso despertarla. Se sentó en la silla que había al lado de la cama y sacó del bolsillo de su vaquero un libro de aventuras, que se puso a leer enseguida. El viento se oía más allá de las ventanas. Era una brisa suave y graciosa. El chico observaba a Rose dormir. Era tan bella durmiendo como despierta. Sintió un cosquilleo dentro de su interior que lo hizo sonreír. No todos los días se puede observar a una mujer tan bella. Ni la rosa tenía comparación con ella. En ese momento, a Alan se le ocurrió una gran idea. Mientras que ella dormía la siesta, él podría acercarse a la floristería que había cerca del hospital y comprarle un gran detalle, unas preciosas rosas rojas. Se levantó de un salto y dio un portazo al salir por la puerta. Eso hizo despertarse a Rose, pero enseguida se quedó otra vez durmiendo. Cinco minutos más tarde, Alan volvió y colocó en un jarrón con agua que había en la mesita la rosas rojas pasión que le daba un toque de alegría y pureza a la habitación. En un abrir y cerrar de ojos, Rose abrió sus párpados y pudo ver a Alan sentado en la silla. Luego se giró y vio a las rosas en su mesita. Sospechando de quién había sido la idea de las flores, se inclinó hacia delante y le dedicó un beso al chico. Éste se levantó de su asiento y se dirigió a la cama. Se colocó a la altura del cuerpo de la chica en la cama y le acarició el pelo.
- Un regalito.
- No te deberías de haber molestado. Eres muy atento.
- Es para que te sientas mejor. Además, esta habitación necesita un toque de color. Es demasiado blanca.
- Gracias Alan. Eres un sol.
Alan se puso tan rojo que ni el color de una amapola se le podía comparar.
- De verdad Rose, no ha sido nada.
- Gracias a este detalle, me encuentro mucho mejor. Mi memoria está mejorando.
- Me alegro mucho pero, ¿no te acuerdas de por qué llegaste a estar tirada en la calle herida?
- Por más que intento acordarme, no puedo.
El doctor Drew entró en la habitación. Parecía estar de buen humor. Una amplia sonrisa iluminaba su cara de bonachón. Sostenía un papel arrugado y blanco.
- Jovencita, aquí tengo tu alta. Mañana mismo podrás salir del hospital, aunque te recomiendo que reposes bastante. Estás totalmente curada de la herida de la cabeza, pero aún te sigue fallando la memoria. Te aconsejo que mantengas buenas relaciones con tus amigos para ayudarte en este problema.
El corazón de Alan dio un vuelco total.
- ¡GRACIAS DOCTOR!
- Vaya, chaval. Cuanta energía. ¡Si yo hubiera tenido ese ánimo cuando era joven! ¡Sería el rey del mundo!
Todos en la habitación rieron a carcajadas. Drew hizo una mueca de enfado.
- Creo que os estás riendo de mí, ¿no? ¡Muy bonito!- dijo el doctor con ironía.- Lo dicho chicos. Cualquier cosa, llamadme. Jovencita, prepárate para salir mañana. ¡Tendrás ganas de volver a casa! Con tu documentación te hemos identificado tu dirección. Aquí tienes.
- Hogar dulce hogar.- dijo Rose suspirando suavemente y apoyándose en la almohada.
- Ah, se me olvidaba.- fingió Drew para no intentar ser pesado.- Hemos abierto una investigación policial para ver por qué, como y cuando llegaste a la carretera, al lado de ‘Honey Village’.
- Gracias doctor.- agradeció Alan.
Drew hizo un gesto con la mano y desapareció tras cruzar la puerta de un salto. Rose estaba curada y Alan estaba dispuesto a ayudarle a recuperar la memoria. El chico abrió su móvil y marcó unas cuantas teclas. Siete u ocho minutos después, cinco personas aparecieron por la puerta.

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