Capítulo 2
Las calles estaban solitarias y tétricas. La madrugada se abalanzó sobre los chicos y la luz de La Luna cada vez se hacía más tenue. A la mañana siguiente, Bianca llegó a casa a las seis. Amanda esperaba impaciente a que llegara, sentada en el salón medio dormida y con grandes ojeras. La chica abrió la puerta de su casa con la llave que sacó de su bolso y su madre, al escuchar el crujido de la cerradura, saltó de inmediato del sillón. Con paso nervioso se dirigió al vestíbulo, donde su hija cerraba la puerta. Ver a Amanda fue una sorpresa para Bianca.
- Lo siento mamá, pero, me quedé a dormir en casa de Steve.
- ¡Encima mientes! ¡Estuviste borracha como siempre a noche por ahí! ¡Soy tu madre y a mí no me engañas!
- Mamá te digo la verdad. Que me creas o no es cosa tuya.
- Tienes diecisiete años. ¡Eres todavía muy pequeña para venir a las seis de la mañana!
- Mamá, es fin de semana. ¡Y hoy es domingo! Los estudios los llevó bien y os tengo contentos a papá y a ti. Que te cuesta dejarme un poco más tarde.
- ¿Te crees muy adulta viniendo a las seis de la mañana? ¡Pero tú estás loca! ¡Ni estudios ni nada! ¡Aprenderás a hacer caso de tus padres! ¡Irresponsable!
- No tengo ganas de escuchar a una vieja cornuda amargada como tú, querida mamá.- Bianca soltó una sonrisa.
Los ojos de Amanda aumentaron como platos y una expresión fuerte de enfado inundó el alma de la mujer. Como era de esperar, Bianca recibió una buena bofetada que le dejó toda la zona de la mejilla roja como un tomate. Después, con lágrimas en los ojos, Amanda se retiró a la cocina. La chica maldijo setenta veces a su madre por lo bajo. El Washington Hospital Center estaba cerca del ‘Honey Village’. Alan había llevado a la chica herida allí. La enfermera entró en la habitación, abrió la gran ventana y subió la persiana. Alan se despertó de pronto y vio a la enfermera. Después, desvió la mirada hacia la chica, que todavía seguía durmiendo. El sol iluminaba toda la habitación y después de algunos pasos por la habitación, la enfermera se fue. Rose abrió suavemente los ojos y vio a Alan medio dormido.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
- Tranquila. Soy Alan Jones. Te encontré ayer tirada en la calle herida y llena de sangre. Te llevé al hospital anoche.- dijo Alan moviéndose hacia delante para captar la atención de la chica.- ¿Cómo te llamas?
- Soy Rose…me duele la cabeza.- se quejó Rose ayudándose de la almohada para calmar su dolor.
Alan se levantó de la silla y le dio a Rose un vaso de agua. Rose se lo agradeció. La chica parecía no acordarse de nada, ni siquiera de cómo había llegado a estar tirada en la calle.
- No me acuerdo de nada de lo que me pasó…
- Normal. Te diste un buen golpe en la cabeza. Te llevé a tiempo al hospital.
- Muchas gracias, de verdad.
- He tenido la suerte de encontrarme a una chica guapa.- dijo Alan sonriéndole a Rose.
- ¿Si hubiera sido una chica fea no la hubieras llevado al hospital?
- La hubiera llevado, pero no le estaría diciendo esto ahora mismo…
- Eres un chico listo.
- Si tú lo dices, lo seré.
Alan sonrió de nuevo. La chica parecía cómoda con su presencia. De pronto, un hombre con abundante barba blanca y cuerpo grueso entró en la habitación con paso firme dispuesto a hablar con la joven enferma. Acarició su pelo y soltó el vaso de agua en la mesa de al lado de la cama. Miró al chico y sonrió.
- De no ser por este chaval, ahora mismo estarías en el otro barrio, jovencita.
- Se lo agradecí antes. No se cómo pagárselo.
Alan acarició el pelo de Rose suavemente. Los ojos de los dos chicos brillaban demasiado. ¿Sería el inicio de una bonita amistad? La chica parecía perderse en las grandes esferas que Alan tenía incrustadas en la cara. Éste no dejaba de sonreír y ver a ella con ánimo hacía que él se sintiera bien. Rápidamente desviaron la mirada uno del otro para fijarse en los ojos del doctor.
- Bueno jovencita, si necesitas algo pregunta por el doctor Drew.- dijo el médico ordenando las sábanas de la cama y esbozando una sonrisa.
- Gracias doctor.
- Es un placer atender a chicas tan simpáticas como tú.
El grueso y bajito doctor cruzó la puerta de la habitación y se marchó. Alan se volvió a sentar en la silla en la que había estado toda la noche durmiendo como un lirón. Rose cerró los ojos un momento y después, asimilando la avalancha de preguntas que el chico le iba a hacer, tragó saliva. Giró la cabeza para verlo a la cara. Los rayos de luz que entraban por la ventana anunciando la mañana cayeron sobre su rostro, jugando con diferentes formas. Alan suspiró y acto seguido, los dos se sonrieron.
- Empecemos el interrogatorio…- dijo Rose a carcajadas.
- Qué exagerada, como si fuese un policía…
- Debía de haber sido el golpe muy fuerte. No me acuerdo de nada.
- ¿Ni siquiera de donde vives? ¿Ni siquiera de tu familia?
- Creo que vivo en alguna calle de por el lado del centro comercial.
- Entonces… ¿vives sola?
- Te afirmo que sí. Mis padres murieron en un accidente de tráfico hace años.
- Vaya, lo siento. ¿No tienes hermanos?- Alan se sentía un auténtico presentador de un programa entrevistando a un famoso invitado.
- Recuerdo haber sido hija única. Solía ser caprichosa de pequeña.
- Recobrarás la memoria pronto. Los médicos harán todo lo posible.
*
Al llegar a casa, Alan cerró de un portazo. Sus padres y su hermana debían de estar preocupados. Era casi la hora de comer y no hubo rastro de Alan en toda la mañana hasta ahora. El silencio abundaba en la casa del chico. Todo estaba callado, como si no hubiera nadie. Alan miró a los lados, arriba y abajo. La casa estaba desierta. Subió a las habitaciones a ver si realmente la casa estaba vacía. Abrió la puerta del dormitorio de su madre y se encontró a ésta destrozada, llorando sobre la cama. El chico se imaginó lo peor. Corrió a la habitación de Bianca a alertarla pero no le sirvió de nada. Bianca no estaba. ¿Qué había pasado? Lentamente, se acercó a su madre y la llamó. Su madre seguía llorando sin cesar, con los ojos hinchados del dolor y las sábanas empapadas por las lágrimas. El chico cogió sus manos y las apretó, mostrando el cariño de un hijo hacia su madre. Le susurró al oído unas palabras y después, dejó de llorar.
- ¿Ha vuelto a pegarte no?- dijo Alan con la voz seria y dolorida.
- Ha estado a punto. Es un salvaje.
- Mamá, no puedes seguir así. No permitas que papá te siga haciendo daño. No es tu culpa que ya no te quiera.
- Él no me quiere, pero yo lo quiero a él. No haré nada. La próxima vez estaré más pendiente.
- Quizás la próxima vez sea demasiado tarde, mamá.
- Hijo, mi corazón es demasiado débil para ser fuerte y ponerle freno. Mi corazón lo sigue amando. No puedo hacer nada…
- Como algún día lo descubra tocándote…
- No, hijo, no quiero más líos. Te prometo que la próxima vez actúo.
- Eso espero mamá. No quiero verte más sufrir.
Amanda, con lágrimas aún en los ojos, se levantó de la cama y volvió a la cocina, a preparar el almuerzo. Leonard, su marido, no tardaría en llegar. Esta vez, Alan tomará medidas en la situación. Cruzó el pasillo y se sentó en la silla del comedor. De pronto, alguien entró a la casa. Era su padre, que llegaba borracho.
- ¿Tan temprano borracho?- dijo Amanda lamentándose.
- Papá, tenemos que hablar. Seriamente.- dijo Alan con la voz baja.
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