martes, 20 de diciembre de 2011

Hotel 666: El comienzo. Capítulo 1


LUNA ROJA

Alguien conducía decidido por los terrenos a las afueras de Madrid. Alguien que lloraba incansablemente y que tenía una profunda pena en su interior. Era Ariadna, una chica que se llevaba mal con el destino y que parecía que éste le tenía manía. En el rincón más profundo de su corazón guardaba un secreto. Un secreto que le atormentaba en sus sueños y que hacía que no durmiera la mayoría de las noches. Se secó las lágrimas con cuidado y observó por el cristal frontal del coche las gotas de lluvia que se estampaban contra él. Hacía un día horroroso. Había todo un mundo de nubes en el cielo, de color gris. Ningún pájaro se atrevía a cantar con miedo de que le cayera un chaparrón encima. La calle tenía un aspecto tenebroso. La gente que paseaba por las aceras tenían sombras espeluznantes. La noche se abalanzó sobre el lugar. Ariadna vio la esperanza en aquel edificio que parecía un hotel. Aparcó en un lugar seguro y cogió la billetera. Tenía doscientos euros. No más. ¿Cómo podría sobrevivir más de una semana con ese dinero? Sin duda, su intento de escape no estaba siendo muy coherente. El aspecto del hotel era de lo más asqueroso posible. Era viejo y desgastado. Era como si permaneciera allí desde tiempos inmemorables. Entró sintiendo el frío en su cara, muerta de miedo. 
- ¿Por qué tiembla?- le preguntó una mujer que se acercó a ella.- ¿Tiene frío, verdad?
- Sí, sí...- fingió Ariadna, tratando de disimular su miedo hacia el lugar.- Deme una habitación caliente, por favor. Y...barata. No tengo mucho dinero. Verá...
- No me tiene por qué dar explicaciones.- dijo la mujer sonriéndole a la chica.
- Necesito un amigo. Hace mucho tiempo que no lo tengo. Y...aquí no es precisamente que haya mucha gente para hablar.
- ¿Busca una habitación o un amigo? Le aseguro que las discotecas de Madrid están llenas de ellos...
- No puedo volver a la capital. ¿Me entiende? No puedo volver a aquel infierno.
- Tome la llave. Soy Débora, la dueña de esto que se hace llamar hotel. 
- Me llamo Ariadna...- susurró la chica con la voz entrecortada.
- Este hotel es pequeño. No le cobraré los días que esté aquí. Le hará falta el dinero en el futuro, cuando pueda encontrar algún sitio donde vivir hasta que pierda el miedo a ese hombre.
- ¿Ese hombre? ¿Cómo sabe usted...?
- Pase, relájese y descanse...- sonrió Débora con una extraña mirada.- Bienvenida al Hotel 666.
- ¿Hotel 666? Qué nombre tan...satánico.
- Mi padre era fanático de la demonología. Le encantaba todo este tema.
- Los demonios no existen. Y si existen, todavía no he visto a ninguno. Bueno, gracias y adiós.
- Se me olvidaba. Hay cuatro residentes más en este momento. Quizás le interese contarle su problema. ¿Quiere qué...?
- No, gracias. Es tarde y necesito descansar. Buenas noches.
Débora se despidió de la cansada chica, que subió por las escaleras a una velocidad muy rápida. Su habitación era la 21. En el pasillo se chocó con un chaval rubio que andaba algo nervioso. Los dos se quedaron mirando por unos instantes intentando que decir para pedir disculpas por haberse chocado por el camino, pero no pronunciaron ninguna palabra. Después de unos segundos con la mente en blanco, el chico se atrevió a romper el hielo.
- Eh...lo siento. ¿Estás bien?
- Sí, sí. ¿Y tu?
- Yo también...¿resides aquí?
- Sí. Soy Ariadna.
- Prideux. Pablo Prideux.
- Tienes acento francés. Además, creo que tu apellido también lo es...¿naciste en Francia, no?
- Oui, je suis français.
Todo el tiempo que cubría a los chicos en ese momento se paró. Ariadna quedó prendada del acento francés en cuanto oyó pronunciar palabras en su idioma a Pablo. Pero encontrarse con él no fue la única sorpresa. Tres chicos más se acercaron a las espaldas de Pablo, rabiosos de curiosidad. Todo el mundo se preguntaba quién era aquella chica algo sucia y empapada por la lluvia. Todo el mundo se preguntaba el motivo por el cuál había decidido residir allí esa noche...o días. Entre las miles de preguntas que cayeron sobre la persona de Ariadna, ésta oyó decir a una chica que debería estar loca para entrar a este hotel. Otro decía que el lugar era increíblemente aterrador y tenía habitaciones secretas y casi nunca abiertas al público. El otro chico alucinaba en colores. Nada más que soltaba maravillas por su boca, vanagloriándose de estar en lugar tan tétrico como aquel. No paraba de decir que le encantaban las emociones fuertes y aquello le parecía excitante.
- Has llegado ahora mismo, ¿no? Encantado. Soy Felipe.- se presentó uno de los dos chicos que quedaban.
- Yo Miguel, de Andalucía. ¡Tienes pinta de ser de Madrid!
- Parece que somos las únicas chicas de esta panda, cariño. Me llamo Marilin.
Un caos reinaba en la mente de Ariadna, que miraba los rostros de los chicos con miedo y desconfianza.
- Llevamos más o menos un mes aquí, y la dueña no nos cobra por estar. Le preguntamos por qué hacía eso y no nos contestó. Parece un misterio. Los cuatro huimos de una falsa vida. Todos tenemos un motivo por el cuál estamos aquí. ¿Cuál es el tuyo?
Ariadna movió la cabeza. Pablo le sonrió. La chica recibió un escalofrío de comodidad por todo su cuerpo. Eran gente de confianza, verdaderos amigos. Ariadna se acercó a la ventana dispuesta a revelar su secreto y entonces la vio, vio a la Luna de color rojo, rojo como la sangre que aparecían en sus recuerdos.
- Soy Ariadna, y huyo del mayor peligro del planeta: el hombre.

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